Esta serie es un encargo de UPS. |
Imagina un mundo donde todo lo que hay en él envía información a otros objetos y a ti. Los artículos cotidianos (desde muebles hasta electrodomésticos, desde juguetes hasta herramientas) se etiquetarían con pequeñas etiquetas RFID (identificación por radiofrecuencia) y se conectarían de forma inalámbrica en una red abierta para transmitir información.
Como señala el blog del economista Babbage:
“Quedarse sin leche, perder las llaves del auto u olvidarse de tomar los medicamentos serían cosas del pasado. La capacidad de localizar cualquier cosa, en cualquier lugar y en cualquier momento, haría que la delincuencia disminuyera, que las tiendas siguieran abastecidas, que se mejorara la atención sanitaria, que se redujeran los accidentes de tráfico, que se ahorrara energía y que se eliminaran los residuos”.
Apodada la “Internet de las cosas”, para algunos esta visión de un mundo en el que todo está etiquetado y en el que la comunicación suena como una utopía, donde la información nos permite vivir una vida mejor y evitar problemas. Para otros, la idea de que todo transmita información simultánea y continuamente es una pesadilla del Gran Hermano de 1984 que promete someternos a una vigilancia e intrusión no deseadas en nuestra privacidad.
No importa cómo se mire, el hecho es que estamos a años –décadas– de lograr esa visión de manera generalizada. Sin duda, aquí y allá se están haciendo pequeñas incursiones para etiquetar artículos individuales con etiquetas RFID. Pero si piensa en todos los elementos individuales de su hogar u oficina, no tardará en darse cuenta de lo gigantesca que sería etiquetar todos y cada uno de los elementos e implementar una red abierta gigante para transmitir información sobre esos elementos.
Un informe reciente de GigaOm sugiere una serie de razones tecnológicas por las que el Internet de las cosas aún no se ha convertido en una realidad. El informe – “La Internet de las cosas: qué es, por qué importa” – señala, por ejemplo, que el actual protocolo de Internet admite sólo 4.300 millones de direcciones únicas y que se necesitarían muchas más para una Internet de las cosas.
Si bien existen numerosas limitaciones tecnológicas que se interponen en el camino del Internet de las cosas, todavía se reduce a la necesidad y la justificación. Lo que siempre me ha molestado de esta visión del Internet de las Cosas es el “¿quién” y el “por qué”?
- ¿Quién querría molestarse en etiquetar el juguete de un niño, una silla o una botella de champú?
- ¿Y por qué? ¿Cuál sería la justificación motivadora para realizar todos esos gastos y esfuerzos?
En los últimos cinco años, las empresas y el gobierno han avanzado hacia la adición de etiquetas RFID a nivel de cajas y palés, para mejorar la eficiencia de la cadena de suministro y la cadena de demanda. Lideradas por iniciativas de organizaciones como WalMart y el Departamento de Defensa de EE. UU., algunas empresas han implementado RFID para rastrear envíos, disminuir las pérdidas de inventario, evitar la manipulación y/o falsificación de productos y para otras justificaciones comerciales sólidas. Pero el etiquetado de artículos individuales apenas está muy extendido hoy en día, por muchas razones, entre ellas el costo y la falta de una justificación clara del retorno de la inversión para fabricantes y minoristas. Cuesta dinero agregar etiquetas RFID a los productos; y los beneficios que se obtendrán hoy no anulan ese costo.
Esto nos lleva de nuevo a la pregunta: ¿cuál es la motivación y justificación primordial para rastrear todos estos artículos diversos en nuestros hogares, oficinas y comunidades? Hoy en día no existe una motivación abrumadora que supere los costos. No importa cuán emocionante sea el concepto de Internet de las cosas (y es emocionante), simplemente aún no hemos llegado a ese punto, y no lo estaremos en los próximos años.